jueves, 11 de junio de 2015

Una temporada en la tierra.

Por Roger Leonardo Calderón Casiano

Y una descarga eléctrica, que desprendía cierto viso, se abalanzó sobre mí, cubriéndome el cuerpo entero. La palabra del juez habíase detenido; y en tres mi cuerpo se había partido, por alguna una magia desconocida. Entonces, ante esos seis ojos aparecieron tres prescripciones de vida; otorgados a cada uno en el orden en que se encontraban parados. “Vivirás homogéneo a tus coetáneos", decía la primera, bañada en cierto plástico. La segunda, más fatal, hablaba de una existencia vacía y fugaz; escrito en inglés, mencionaba: “Vivirás para otros, por otros; Y tu muerte, mientras al resto haga el favor de brindar una vida mejor, será objeto de ser celebrada solo una hora”. Ante eso, mis otros dos cuerpos se afligieron y lloraron su presencia. Finalmente, al tercero, que lamentaba ya su destino, le fueron mostradas las siguientes palabras: “Padecerás la vergonzosa enfermedad de la vejez.” Y cada uno tomo en ese momento un rumbo distinto, impulsados por sus instintos de salir del recinto, para habitar el mundo. En esos tres cuerpos, que ya habían dejado — en parte — de ser míos, la siguiente pregunta se fecundó, simultáneamente: ¿Quiénes éramos en este mundo al que habíamos sido lanzados?

Identidad uniformada. Dentro de su ciudad, ‘el primero’ se vio amontonado en el rebaño de los buses. Todos alzaban las piernas a la par. Hablaban de un mismo modo, y poseían todos la misma marca de ropa, zapatos y celular. ¡La imagen había gobernado! Todo esto repentinamente le causó una nausea brutal. Su estomago convulsionaba por dentro y su voz apena se distinguía en su mente del resto de sonidos externos.

Poco o nada había dicho anteriormente. Súbitamente el recuerdo de su infancia le vino como el flash de cámara fotográfica. Dentro le ardía el cuerpo.  Más hondo en él, se dibujaba su imagen en forma infante, diciendo algo borroso al padre que la vida le había otorgado. Ahora no comprendía—nadie comprendería ahora—. «Taita, taita». «¿Huara, taita?».

La cosmovisión de sus ancestros se había perdido. Una lágrima entonces se desbordaba por el color marrón de sus mejillas. ¿Qué trataba de decirle a su padre? Ya no lo comprendía. Los días insalubres habían remplazado el brío de su andar en los paisajes de su materna cultura. Antes de él hubieron otros que usaron la palabra Taita y perfectamente la entendieron: Los antiguos. Los modernos desconocieron ese sino. Éstos se vieron dispuestos a abandonar su lengua por un buen trabajo; una única oportunidad de lograr algo y de ser alguien en ese esqueleto de cemento cosmopolita al cual habían aprendido a llamar casa.

Recordaba a Padre, transportado de un mundo maravilloso, único y especial. Pronto se vio en la puerta de su hogar. Sus ojos evitaban toda imagen hecha de metal; el rebaño de buses para ese momento se había ido. Entró tan rápidamente en el cuarto que apenas si se dio cuenta de él mismo. Miro a los lados todos, a las esquinas que transmitían el miedo de los desconocidos. Se llamo a si mismo tratando de imitar su desaparecida lengua; imitando el resto de lenguas que ya habían desaparecido. Un periódico entonces publicaba que habían 6000 lenguas en el mundo, pero, bajo el brazo de la globalización, 2500 estaban en peligro de desaparecer (EFE, 2011). Los niños pateaban los papeles del periódico, sin darse cuenta; destruían todos esos artículos con una pasión sin acento.

Las palabras en lengua moderna se habían impuesto a las demás antiguas, reflexionó. Se puso a pensar en los hombres que ya existían, en los que existieron, pero no en los que pronto vendrían. Evocó un mundo onírico donde los colores se juntaban; se enriquecían entre sí, mutuamente. Algunos colores crecían o disminuían un poco, dependiendo del acuerdo de los colores en el acto. Pero el negro apareció de pronto. El negro se impuso ante todo, hizo desaparecer a los colores menores por completo… Como las lenguas globales absorbían a las lenguas pequeñas… (Bondarenko pg 87, 2006) Entonces abriéronse los ojos de ‘el primero’, y todo había vuelto a ser real.

Hasta los países más fuerte se vieron reducidos ante una sola forma de hablar. «Taita». Su mente recordaba al niño que siempre decía «Taita». Se mostró un interés por aquellos que hablaban las lenguas ya muertas, como cuando impides que una especie se extinga entre las rejas de un zoológico. La lectura, esa quimera, se vio escrita en los mismos signos; no dio paso a otras lenguas; toda la literatura era leída en inglés. Uno era un poco más por saber inglés. Tanto padres como hijos deseaban aprender la lengua no materna. Recordó a sus amigos, los orgullosos de su casta, que habían heredado la pasión por el trabajo y los hombros altos, yendo hacía un trabajo, y siendo rechazados por tener solo un idioma, ni siquiera el español (Bondarenko, 2006).

«Taita». Y los niños se veían desprovistos de ser criados en su propia lengua. Eran los vulnerados. «Taita». Sus almas eran desparramadas en los salones de clase, eran desnudados y sustituidos por una máquina de metal. «Taita». Y todos parlaban igual, con la falta de un género y un número. «Tai ta». Y el angloparlante disponía su existencia entre todas las carnes (Di Marco, 2010).

Se fue de pronto del hogar, en dirección al río. Nada ocurría en la calle sin que le provocara nausea. Gente como él, con los mismos pomos y las mismas madres, habían desprestigiado la lengua en la cual habían nacido, por necesidad, por ser algo y existir. Todas las lenguas del mundo serían reducidas a menos de una página — a una línea simplemente — en los libros de historia. Seríamos los humanos semejantes al hablar el mismo dialecto. ¡Cada vez éramos menos en el mundo! (Garrido pg 64, 2010).

Y todos eran conectados, y él estaba tan vacío.

Debajo del puente las lenguas y las aguas iban. Se arrastraban las rocas como persistiendo, pero el cuerpo de el primero ya estaba entre ellas, arrastrándolas.

Taita significaba padre.

“Volveré, con miembros de hierro, con la piel oscura, los ojos enfurecidos: por mi máscara, me juzgarán de una raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal” (Rimbaud, 1873). ‘El segundo’ lo tenía escrito más allá de cualquier papel: en su piel. Le había causado tal impacto esa lectura que pensó, en solo un acto, que todo el mundo era la ‘mala sangre’; especialmente él.

Había nacido campesino. Había nacido relegado por el brazo de la tecnología y las nuevas técnicas de una producción acelerada. Había nacido sin el nombre propio de llamarse a si mismo campesino. Estaba olvidado; terciado (Armando, 2011). Y rencoroso…

Perú. Francia estaba lejos de Perú; al otro lado del mundo. Ahora todo parecía tan similar a la estela escrita de Rimbaud. ‘El segundo’ era tan francés como peruano.

Vestió de harapos largos y orejeras que evitaban que sus orejas se encontraran vetustas y muertas ante el frío. Era pobre, artista y soñador. Su piel era sensible. Pobre dos veces. La economía de su familia había bebido del brazo de la agricultura. Su identidad se había desprovisto de él mismo. Había tenido que migrar para poder volver algún día (Armando pg 563, 2011).Dentro de la industrial sociedad se había inventado y definido (Bartra, 1998).

Él se había ido; los demás habíanse quedado. ¿Por qué entonces todos lucían como él? Todos vestían las mismas prendas y desataban el mismo aura negro. Lo rural se había hecho de concreto; ya casi no quedaban las casas hechas de adobe. El empleo de ser campesino se había quedado por los suelos (Armando pg 568, 2011).

Perú. Latinoamérica. Todo había cambiado y vuelto sin si quiera irse. La voz era oculta, se ocultaba la vergüenza de las armas levantadas y el derramamiento de sangre. Las dictaduras habían pasado a ser democracias. Algunos habían perdido la fe en el sistema democrático el también. Y entonces nació el concepto de trasnacional (Armando pg 569-572).

No existían las patrias en los tiempos actuales. Democracia era un régimen meramente formal. El sistema adoptado era el liberal: el capitalismo había pasado a confundirse con éste. Lima era, como lo era el país más dominante del mundo, capitalista. Democracia era el gobierno del pueblo, y no existía un capitalismo popular en el cual el deseo de las personas se privilegie por encima de los imperativos de la ganancia y acumulación. El capitalismo era antitético a la democracia. La democracia, utópicamente, debía ir de la mano de la desmercantilización. Y desmercantilización significaba el final del capitalismo. Democracia era un papel llamado constitución. Democracia era la protección del individuo y la protección de la propiedad privada; el oprobio en la cual el poder de clases se ignoraba. Todos en la calle habían dedicado su vida a hacer que democracia signifique eso. El voto era un derecho pasivo más. Y todos los hombres vestían de negro, pensó. Los griegos habían entendido democracia como el poder de los proletariados — no en el sentido actual de proletariado — sobre los oligarcas. En aquella ocasión todo ciudadano tenía una activa participación. Hoy, el voto — nada más — era la participación de los comunes. Los hombres eran una jauría; cínicos, de alguna manera (Wood, 2006).

Y entonces, después de ver su tierra de nuevo y en qué se había convertido, ‘el segundo’ caminó distinto. El mundo consistía en la acumulación de la propiedad privada. Esa democracia de la que tanto se hablaba era una simple palabra usada para la exigencia del voto y la seguridad. Los contenidos anteriores de la palabra estaban perdidos. Y el segundo quiso ser un hombre moderno.

Más allá de toda narración propia y agrícola, vio la oportunidad perfecta en las tendencias utilitarias. Su felicidad, la felicidad del resto, bajo los esquemas de una producción acelerada y capitalista, era la excusa perfecta para ser el hombre que tanto anhelaba. La imposición de unos bajo la desgracia del resto. La fe, cuando el hombre se hallaba desvalido y su única creencia era la religión, era aquello que podía darle todo el poder. Por lo tanto, sería un Dios.

Proporcionó cabida a proyectos mineros como los de Tía María, que por un poco de cobre y efímero trabajo a muchos podía arruinarle la vida a los campesinos, que antes fueron sus hermanos (Palomino, 2015). Hizo que trabajadores de medio oriente desconocieran horarios de trabajos adecuados para construir productos que proporcionarían entretenimiento al mundo entero (Bilton, 2014). Hizo creer a los trabajadores de centroamérica — a los mas pobres — en el aumento salarial, que las brechas se empequeñecerían; hizo que los trabajadores sin preparación tuvieran un aumento en los salarios, y aquellos con preparación un salario más exorbitante aun (Davis, 2007). Su omnipotencia fue total.

Y fue hombre entre los hombres. Sus fauces, sus cabellos, sus manos: metal. No hubo rastro de humanidad en su cara hasta el momento en que, como todos los hombres, obtuvo una enfermedad que lo llevo hasta la muerte. 

En su muerte: una hora su funeral. ‘Había trabajado por otros toda su vida’. Había trabajado de campesino y capataz, por los otros con la excusa de lo que era lo mejor, lejos de toda moral. Así fue como su muerte no pasó de ser una cena con galletas y cafe. Nadie se dignaba a presenciar un cadáver no humano.

El tercero tenía el cuerpo del Filóctetes de Sófocles (Sófocles, 2003).

La globalización, actualmente, era económica. Antes habíamos sido globalizado por la fe. Luego de las revoluciones, las distintas monarquías, las guerra y la sangre, nos vimos sin ella. Los imperios ya habían caído, la democracia se había instituido, y era con nosotros la propiedad privada; la ilustración de todo humano también era. Desarrollamos todo tipo de tecnologías. Imitamos nuestros andares en las ruedas, conquistamos los cielos e hicimos del tiempo nuestra más triste condena, y el premio más ansiado, para poder gastarlo o poder pensarlo. Fue nuestra cárcel y lecho (Cruz, 2013).

En este tiempo, cayó sobre el tercero la idea de no haber festejado los grandes placeres de la juventud; de no tener el recuerdo de algún acontecimiento en pretérito. En el espaciado sillón donde descargaba su cuerpo lleno de arrugas una marcada sombra de tristeza nació.

Algo lo diferenciaba del resto. Todos los días de elecciones iba a votar. Las noticias de su televisor decían: “El país ha crecido. Nunca se ha visto un crecimiento económico tan alto en un país como el nuestro” (RPP, 2015). Era un ciudadano común y corriente.

Él apagaba su televisor y lamentaba su situación. Su nariz, que no era bella, marcaba una vida de trabajo tan persistente; apenas si podía respirar. Su tez de bronce quería escapar de su peso. Entonces vio a los jóvenes pasar con sus celulares. Sus nietos no tenían celulares, se puso a pensar.

¿En qué momento tuvo hijos? Trabajo. ¿En qué momento sus hijos tuvieron hijos? Trabajo dos veces. Y el nieto jugaba con los maderos rotos que hallaba en los rincones más recónditos del recinto.

No fue la lengua, la raza o la enfermedad lo que lo llevo al fondo de una casa construida de madera en épocas de cemento. Era igual a sus contemporáneos, o mejor dicho, a quienes habitaban con él el mundo. Su casa suponía una armonía entre él y su vejez. Se vio a si mismo al espejo y se quedo plasmado en sus cejas. El viento que recorría el espacio movía las hojas de la planta en la maceta; las gotas caían en los trastos sucios desde el lavadero, y provocaban un sonido espeluznante; él se encontraba estático. Todo se movía, el mundo entero giraba en la órbita de un sol; el sistema solar giraba entorno a la vía láctea; y la vía láctea se encontraba girando, seguramente, girando entre infinitas galaxias. Él se encontraba estático.

Immanuel Kant había creído en instituciones y leyes internacionales que obligan a los estados a vivir en paz entre ellos y a garantizar los derechos fundamentales de toda la gente (Rhum, 2013). Toda la gente y él.

Tal vez sonaba algo redundante el verse a si mismo, algo más pobre, algo más triste que el resto. La vejez le había resultado un padecimiento vergonzoso junto a la pobreza. El proceso globalizador había proporcionado, como lo hubiese propuesto, Locke la propiedad privada a cada individuo. El gobierno había adoptado el consentimiento de los gobernados en ese contrato social implícito. Locke era la piedra fundamental del liberalismo clásico. La libertad iniciaba desde el primer punto de la naturaleza humana, sin ser libertinaje, obviamente. Y la libertad estaba sujeta a la armonía y la evitación del daño (Vaughn, 1985). 

Pero la armonía se había perdido. Los grandes ilustrados hablaron de un dios que brindaba todo al hombre. Éstos no conocieron, lamentablemente, los avances mecánicos. No vieron las revoluciones industriales y aquello que podía proporcionar un computador: un mundo abstracto e infinito donde cada uno, en su lucha de hombre desdichado, buscaba su propio Dios. Porque dios era un ente abstracto en el cual nadie podía sostenerse. Su silencio era tal ante las desgracias del hombre que éste último dejó de creer.

Sus dioses, como si fuera un animal sensitivo, lejos de una consciencia natural, fueron los de la televisión. La globalización había otorgado una sola manera de pensar que apenas si se dio cuenta. Buscó y encontró entre los humanos su dios perfecto, gente que fallaba y existía como él. Los grandes mitos se habían roto (Lyotard, 1987). Y ‘el tercero’ aún se quedaba solitario y estático.

Pero el dios que rigió, silencioso y mortal, fue la economía. Oikos fue quien dio a las trasnacionales el poder exacto de pasar cualquier patria; creo la brecha entre el rico y el pobre, mediante una competencia en la que solo uno subsistía. El diezmo era tu labor económico y la ostia era el efímero placer de ver farsas en la televisión.

Globalización de todo existía, desde la tecnología hasta el crimen. La unidirección de las lenguas y los vicios. Había que salir, ser productivo, sino no existías. Había que ser inteligente, ser de metal, tener la máscara oscura. Productivo tres veces.

—Y yo me quedo — dijo ‘el tercero’, mientras su nieto seguía jugando con los maderos.

De pronto, el tiempo volvió a iniciarse y mi cuerpo yació muerto bajo el mandato del juez. Los tres cuerpos volvieron a mi y, en esas milésimas de segundos, sentí el peso del mundo globalizado. Me sentí impotente. Habíamos perdido aquello que nos hacía único ante nuestros propios ojos; las carnes de otros fueron usadas simplemente sin que ningún hombre pudiese resistirse al cambio. La poesía de Rimbaud, además de ser leída, era vivida, bajo el capitalismo y los principios utilitarios en la propiedad privada. Si no os movías al ritmo del mundo, eras relegado y olvidado. Así como el tercero, morí sentado. Y el mundo se seguía moviendo, sin descanso. Éste era el juez; yo era ambiguo y nimio ante sus ojos.


Armando Sánchez, A. (2011). Sociología rural: el nuevo campesino entre la globalización y la tierra prometida. (Spanish). Espacio Abierto. Cuaderno Venezolano De Sociología, 20(4), 561-577.
Recuperado de: https://web.b.ebscohost.com/ehost/pdfviewer/pdfviewer?sid=59d5342f-b25a-4b77-b91f-015dd254b62b%40sessionmgr112&vid=11&hid=107

Bartra, A. (1998) “Sobrevivientes. Historia en la frontera”. En: Globalización, crisis y desarrollo rural en América Latina. México: ALASRU-CHAPINGO-CP. 

Bilton, R. (2014) Apple’s Broken Promises Disponible en: https://vimeo.com/121577791

Bondarenko, P. (2006). Dinámica del desarrollo lingüístico del mundo globalizado.

Cruz, A. (2013) Antecedentes históricos de la globalización
Recuperado de: http://protestantedigital.com/magacin/14144/Antecedentes_historicos_de_la_globalizacion
Davis, B., Lyons, J. & Batson, A. (2007) La globalización empeora la desigualdad de los ingresos Recuperado de: http://www.globalizacion.org/biblioteca/DavisWallStJGlobalizacionCritica.htm

Di Marco, L. (2010) "La mitad de las lenguas desaparecerá con la globalización” Recuperado de: http://www.lanacion.com.ar/1273140-la-mitad-de-las-lenguas-desaparecera-con-la-globalizacion 

EFE (2011) La acelerada desaparición de lenguas en el mundo Recuperado de: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-10337124

Garrido, J. (2010). Lengua y globalización: inglés global y español pluricéntrico. Historia y comunicación social, 15, 63-95.

Ianni, O. (2006) Teoría de la globalización Recuperado de: http://es.slideshare.net/Gregorios/metforas-de-la-globalizacin

Lyotard, J.F. (1987) La posmodernidad (explicada a los niños) (1a. ed). Barcelona, España: Gedisa.

Palomino, R. (2015) Todo lo que tienes que saber sobre el conflicto en Tía María explicado en cinco pasos Recuperado de: http://utero.pe/2015/04/24/todo-lo-que-tienes-que-saber-sobre-el-conflicto-en-tia-maria-explicado-en-cinco-pasos-sencillos/ 


Rimbaud, A. (1873) Una temporada en el infierno Recuperado de: http://www.lamaquinadeltiempo.com/Rimbaud/tempor2.htm

RPP (2015) FMI: Perú liderará crecimiento económico en América Latina el 2015 Recuperado de: http://www.rpp.com.pe/2015-02-26-fmi-peru-liderara-crecimiento-economico-en-america-latina-el-2015-noticia_773099.html 

Rhum, S. (2013) LA GLOBALIZACIÓN Y LAS DESIGUALDADES SOCIALES Recuperado de: http://globalizacionvsdesigualdadesociales.blogspot.com/2013/05/la-globalizacion-y-las-desigualdades.html

Sófocles (2003) Filóctetes
Recuperado de: http://www.biblioteca.org.ar/libros/8201.pdf 

Touraine, A. (1997). ¿ Podremos vivir juntos? La discusión pendiente: el destino del hombre en la aldea global. Argentina, Fondo de cultura económica.

Vaughn, K. I. (1985). Teoría de la propiedad de John Locke: problemas de interpretación. Eseade.


Wood, E. M. (2006). Estado, democracia y globalización. Boron, Atilio; Amadeo, Javier & González, Sabrina. La teoría marxista hoy: problemas y perspectivas. Buenos Aires, Argentina: CLACSO.

viernes, 5 de junio de 2015

Entre la griega milett y 1984

Por Roger Leonardo Calderón Casiano

Orwell (pg 56, 1980) escribía: “El que controla el pasado — decía el Slogan del Partido —, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado”. Y hoy controlan nuestro presente.

La acción de un Dios, en la mitología griega, siempre fue cuestión de celebración entre los hombres. De esta deducción, vino hacía mí el recuerdo de la Diosa Afrodita. Esta diosa mencionada tenía únicamente, la labor de hacer el amor. Una vez, también se dice, quiso ser tejedora, y su hermana Palas la acusó y ésta fue castigada. Afrodita tuvo incontables amores a lo largo de su existencia, pero el que quiero traer a colación es aquel que fue público entre los dioses, y fue tan celebrado entre los hombres que hasta hoy ha persistido: Su aventura pasional con Ares (Seguí, 2007).

Hefesto estaba casado con Afrodita. Ésta había sido sido entregada al herrero del Olimpo por su padre Zeus, en un intercambio por Hera. Y, por lo tanto, Afrodita no estaba obligada a amarlo. Y así fue. Cuando Hefesto, el feo, se ausentaba, Afrodita, del amor libertadora, y Ares, dios de la guerra, se encamaban, para dejar al amor y la guerra, las pasiones más fuertes del hombre, coexistir secretamente en una armonía salvaje. Pero un día Helios, el que todo lo ve antes del crepúsculo, vislumbró el cuadro de ambos dioses amantes en el lecho de Hefesto y éste fue ante él corriendo, confirmando las infidelidades de su esposa, que tantos amoríos ya había tenido con otros dioses e incluso hombres. Hefesto, calmado, no hizo nada aventurado al escuchar lo que Helios aseveraba. Mas bien, fecundó en sus sienes un magnífico plan: el de construir unos hilos irrompibles, indisolubles, que ignorasen toda luz y fuesen, ante cualquier eterno y cualquier mortal, invisibles. Y así, el magnífico herrero, lo hizo. Sus acciones no vieron fin hasta dejar los hilos en el lecho, donde sus acciones por fin pararon. Lo que luego pasaría, sería la concertación del mito que tanto os he hablado. Ante la supuesta ida de Hefesto a Lemnos, Ares, el prepotente, llevo a Afrodita directo al lecho de ella y en plena acción de amor y guerra ambos quedaron atrapados y mostrados, como animales del zoológico, ante todos los dioses del Olimpo, deseando unos en ese momento ser Ares, y otros por el contrario, observando callados. Entonces, el espectáculo ya había nacido. Y el aedo Demódoco cantaba esto a quienes estaban en el palacio de Odiseo entre todos los mortales (Homero pg 158-160, 2002).

En estas nuevas épocas hemos visto como las mujeres a veces han parecido ser diseñadas para funcionar como entes dedicados al sexo, como si fuesen pequeñas hijas de Afrodita. Juzgar o no las decisiones de ellas, no es mi convicción; mas si lo es analizar  a los nuevos ‘dioses’ que hemos creado, sin notarlo.

En uno de los periódicos más importantes de la nación peruana, el Comercio, se publicó la noticia de como Milett Figueroa, una mujer de la ‘farándula’ local, se había grabado en la intimidad de su alcoba, practicando el coito con cierto hombre. Y cómo luego, mucho tiempo después de aquel acto, el vídeo era comercializado por los hombres en recintos como ‘El Hueco’ (El comercio, 2015).

Así como Afrodita, pero sin el estatus de Diosa, Milett. Así como Ares,  siendo solo un efímero mortal, aquel hombre desconocido. Y así como Demódoco, los absurdos aedos del nuevo milenio, los comerciantes de ‘El Hueco’.

En este punto es fácil ver que hemos vanagloriado a los seres humanos, sus pecados, aciertos y errores. Nos hemos hallado lánguidos en un mundo regido por la economía, sin fe alguna. Como Lyotard (pg 33- 49, 1987) nos daría a entender en su misiva a la historia universal, hemos roto con todas las grandes historias. Ante eso, nos hemos visto capaces de crear estos dioses modernos, cuyas pequeñas historias han alimentado nuestros más pérfidos sueños. Los hemos imaginado haciendo el amor; despojados de su humanidad, los hemos evocado como seres perfectos e inocuos. Y, hoy por hoy, esos mortales, tan efímeros como nosotros, ya no persistirán en los versos de un bardo; sino, serán eternos en las pantallas de una televisión.

“Allí se producían periódicos que no contenían más que informaciones deportivas, sucesos y astrología, noveluchas sensacionalistas, películas que rezumaban sexo y canciones sentimentales compuestas por medios exclusivamente mecánicos en una especie de calidoscopio llamado versificador. Había incluso una sección conocida en neolengua con el nombre de Pornosec, encargada de producir pornografía de clase ínfima y que era enviada en paquetes sellados que ningún miembro del Partido, aparte de los que trabajaban en la sección, podía abrir” Orwell (pg 65, 1980).


Orwell, en el libro, escribía de cómo se fabricaba un tipo de pornografía — y contenido de entretenimiento — para un cierto tipo de población llamada los proles. Al igual que éstos, el ser humano que hoy pulula por las calles de Lima consume un mismo tipo de entretenimiento, un mismo tipo de noticia que puede caer en el estereotipo de ‘Hedonista’. No obstante, este barro consciente ha elegido vivir, culturalmente, como el prole. Este animal erguido de dos piernas ha sido, en una pequeña parte, partícipe de su propia condena.


Referencias


Homero (2002) La odisea (19a ed) Madrid, España: Cátedra.

Lyotard, J.F. (1987) La posmodernidad (explicada a los niños) (1a. ed.) Barcelona, España: Gedisa.

Orwell, G. (1980) 1984.
Recuperado de http://blog.smaldone.com.ar/pdf/1984-bilingue.pdf

Seguí, V. (2007) Los amores de Afrodita.
Recuperado de: https://seguicollar.wordpress.com/2007/06/04/los-amores-de-afrodita/